15-IX. El instante santo y la atracción de Dios
UN CURSO DE MILAGROS
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 15
EL INSTANTE SANTO
1. Tal corno el ego quiere que la percepción que tienes de tus hermanos se límite a sus cuerpos, de igual modo el Espíritu Santo quiere liberar tu visión para que puedas ver los Grandes Rayos que refulgen desde ellos, los cuales son tan ilimitados que llegan hasta Dios. Este cambio de la percepción a la visión es lo que se logra en el instante santo. Mas es necesario que aprendas exactamente lo que dicho cambio entraña, para que por fin llegues a estar dispuesto a hacer que sea permanente. Una vez que estés dispuesto, esta visión no te abandonará nunca, pues es permanente. Cuando la hayas aceptado corno la única percepción que deseas, se convertirá en conocimiento debido al papel que Dios Mismo desempeña en la Expiación, pues es el único paso en ella que Él entiende. Esto, por lo tanto, no se hará de esperar una vez que estés listo para ello. Dios ya está listo; tú no.
2. Nuestra tarea consiste en continuar, lo más rápidamente posible, el ineludible proceso de hacer frente a cualquier interferencia y de verlas a todas exactamente como lo que son. Pues es imposible que reconozcas que lo que crees que quieres no te ofrece absolutamente ninguna gratificación. El cuerpo es el símbolo del ego, tal como el ego es el símbolo de la separación. Y ambos no son más que intentos de entorpecer la comunicación y, por lo tanto, de imposibilitarla. Pues la comunicación tiene que ser ilimitada para que tenga significado, ya que sino tuviese significado te dejaría insatisfecho. La comunicación sigue siendo, sin embargo, el único medio por el que puedes entablar auténticas relaciones, que al haber sido establecidas por Dios, son ilimitadas.
3. En el instante santo, en el que los Grandes Rayos reemplazan al cuerpo en tu conciencia, se te concede poder reconocer lo que son las relaciones ilimitadas. Mas para ver esto, es necesario renunciar a todos los usos que el ego hace del cuerpo y aceptar el hecho de que el ego no tiene ningún propósito que tú quieras compartir con él. Pues el ego quiere reducir a todo el mundo a un cuerpo para sus propios fines, y mientras tú creas que el ego tiene algún fin, elegirás utilizar los medios por los que él trata de que su fin se haga realidad. Mas esto nunca tendrá lugar. Sin embargo, debes haberte dado cuenta de que el ego, cuyos objetivos son absolutamente inalcanzables, luchará por conseguirlos con todas sus fuerzas, y lo hará con la fortaleza que tú le has prestado.
4. Es imposible dividir tu fuerza entre el Cielo y el infierno, o entre Dios y el ego, y liberar el poder que se te dio para crear, que es para lo único que se te dio. El amor siempre producirá expansión. El ego es el que exige limites, y éstos representan sus exigencias de querer empequeñecer e incapacitar. Si te limitas a vera tu hermano como un cuerpo, que es lo que harás mientras no quieras liberarlo del mismo, habrás rechazado el regalo que él te puede hacer. Su cuerpo es incapaz de dártelo, y tú no debes buscarlo a través del tuyo. Entre vuestras mentes, no obstante, ya existe continuidad, y lo único que es necesario es que se acepte su unión para que la soledad desaparezca del Cielo.
5. Sólo con que le permitieses al Espíritu Santo hablarte del Amor que Dios te profesa y de la necesidad que tienen tus creaciones de estar contigo para siempre, experimentarías la atracción de lo eterno. Nadie puede oír al Espíritu Santo hablar de esto y seguir estando dispuesto a demorarse aquí por mucho más tiempo. Pues tu voluntad es estar en el Cielo, donde no te falta nada y donde te sientes en paz, en relaciones tan seguras y amorosas que es imposible que en ellas haya límite alguno. ¿No desearías intercambiar tus irrisorias relaciones por esto? Pues el cuerpo es insignificante y limitado, y sólo aquellos que desees ver libres de los límites que el ego quisiera imponer sobre ellos, pueden ofrecerte el regalo de la libertad.
6. No tienes la menor idea de los limites que le has impuesto a tu percepción ni de toda la belleza que podrías ver. Pero recuerda esto: la atracción de la culpabilidad es lo opuesto a la atracción de Dios. La atracción que Dios siente por ti sigue siendo ilimitada, pero puesto que tu poder es el Suyo, y, por lo tanto, tan grande como el de Él, puedes darle la espalda al amor. La importancia que le das a la culpabilidad se la quitas a Dios. Y tu visión se torna débil, tenue y limitada, pues has tratado de separar al Padre del Hijo y de limitar su comunicación. No busques la Expiación en mayor separación, ni limites tu visión del Hijo de Dios a lo que interfiere en su liberación y a lo que el Espíritu Santo tiene que deshacer para liberarlo. Pues es su propia creencia en la limitación lo que lo ha aprisionado,
7. Cuando el cuerpo deje de atraerte y ya no le concedas ningún valor como medio de obtener algo, dejará de haber entonces interferencia en la comunicación y tus pensamientos serán tan libres como los de Dios. A medida que le permitas al Espíritu Santo enseñarte a utilizar el cuerpo sólo como un medio de comunicación y dejes de valerte de él para fomentar la separación y el ataque, que es la función que el ego le ha asignado, aprenderás que no tienes necesidad del cuerpo en absoluto. En el instante santo no hay cuerpos, y lo único que experimenta es la atracción de Dios. Al aceptarla como algo completamente indiviso te unes a Él por completo en un instante, pues no quieres imponer ningún limite en tu unión con Él. La realidad de esta relación se convierte en la única verdad que jamás podrías desear. Toda verdad reside en ella.