20-II. La ofrenda de azucenas
UN CURSO DE MILAGROS
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 20
LA VISIÓN DE LA SANTIDAD
1. Observa todas las baratijas que se confeccionan para colgarse del cuerpo, o para cubrirlo o para que él las use. Contempla todas las cosas inútiles que se han inventado para que sus ojos las vean. Piensa en las muchas ofrendas que se le hacen para su deleite, y recuerda que todas ellas se concibieron para que aquello que aborreces pareciera hermoso. ¿Utilizarías eso que aborreces para cautivar a tu hermano y atraer su atención? Date cuenta de que lo único que le ofreces es una corona de espinas, al no reconocer el cuerpo como lo que es y al tratar de justificar la interpretación que haces de su valor basándote en la aceptación que tu hermano hace de él. Aun así, el regalo proclama el poco valor que le concedes a tu hermano, del mismo modo en que el agrado con que él lo acepta refleja el poco valor que él se concede a sí mismo.
2. Si los regalos se han de dar y recibir de verdad, no se pueden dar a través del cuerpo. El cuerpo no puede ofrecer ni aceptar nada; tampoco puede dar o quitar nada. Sólo la mente puede evaluar, y sólo ella puede decidir lo que quiere recibir y lo que quiere dar. Y cada regalo que ofrece depende de lo que ella misma desea. La mente engalanará con gran esmero lo que ha elegido como hogar, y lo preparará para que reciba los regalos que ella desea obtener, ofreciéndoselos a aquellos que vengan a dicho hogar, o a aquellos que quiere atraer a él. Y allí intercambiarán sus regalos, ofreciendo y recibiendo lo que sus mentes hayan juzgado como digno de ellos.
3. Cada regalo es una evaluación tanto del que recibe como del que da. No hay nadie que no considere como un altar a sí mismo aquello que ha elegido como su hogar. Y no hay nadie que no desee atraer a los devotos de lo que ha depositado allí, haciendo que sea digno de la devoción de éstos. Y todo el mundo ha puesto una luz sobre su altar para que otros puedan ver lo que ha depositado en él y lo hagan suyo. Éste es el valor que le concediste a tu hermano y que te concediste a ti mismo. Éste es el regalo que le haces a él y que te haces a ti mismo: el veredicto acerca del Hijo de Dios por lo que él es. No te olvides de que es a tu salvador a quien le ofreces el regalo. Ofrécele espinas y te crucificas a ti mismo. Ofrécele azucenas y es a ti mismo a quien liberas.
4. Tengo gran necesidad de azucenas, pues el Hijo de Dios no me ha perdonado. ¿Y puedo ofrecerle perdón cuando él me ofrece espinas? Pues aquel que le ofrece espinas a alguien está todavía contra mi, mas ¿quién podría ser íntegro sin él? Sé su amigo en mi nombre, para que yo pueda ser perdonado y tú puedas ver que el Hijo de Dios goza de plenitud. Pero examina primero el altar del hogar que has elegido, y observa lo que allí has depositado para ofrecérmelo a mí. Si son espinas cuyas puntas refulgen en una luz de color sangre, has elegido al cuerpo como hogar y lo que me ofreces es separación. Las espinas, no obstante han desaparecido. Examínalas más de cerca ahora y podrás ver que tu altar ya no es lo que era antes.
5. Todavía miras con los ojos del cuerpo, y éstos sólo pueden ver espinas. Sin embargo, has pedido ver otra cosa y se te ha concedido. Aquellos que aceptan el propósito del Espíritu Santo como su propósito comparten asimismo Su visión. Y lo que le permite a Él ver irradiar Su propósito desde cada altar es algo tan tuyo como Suyo. El no ve extraños, sino tan sólo amigos entrañables y amorosos. Él no ve espinas, sino únicamente azucenas que refulgen en el dulce resplandor de la paz, la cual irradia su luz sobretodo lo que Él contempla y ama.
6. Durante estas Pascuas contempla a tu hermano con otros ojos. Tú me has perdonado ya. Sin embargo, no puedo hacer uso de tu regalo de azucenas mientras tú no las veas. Ni tú puedes hacer uso de lo que yo te he dado mientras no lo compartas. La visión del Espíritu Santo no es un regalo nimio ni algo con lo que se juega por un rato para luego dejarse de lado. Presta gran atención a esto, y no creas que es sólo un sueño, una idea pueril con la que entretenerte por un rato, o un juguete con el que juegas de vez en cuando y del que luego te olvidas. Pues si eso es lo que crees, eso es lo que será para ti.
7. Gozas ya de la visión que te permite ver más allá de las ilusiones. Se te ha concedido para que no veas espinas, ni extraños, ni ningún obstáculo a la paz. El temor a Dios ya no significa nada para ti. ¿Quién temería enfrentarse a las ilusiones, sabiendo que su salvador está a su lado? Con él a tu lado tu visión se ha convertido en el poder más grande que Dios Mismo puede conceder para desvanecer las ilusiones, pues lo que Dios le dio al Espíritu Santo, tú lo has recibido. El Hijo de Dios cuenta contigo para su liberación. Pues tú has pedido - y se te ha concedido - la fortaleza para poder enfrentarte a este último obstáculo, y no ver clavos ni espinas que crucifiquen al Hijo de Dios y lo coronen como rey de la muerte.
8. El hogar que has elegido está al otro lado, más allá del velo. Ha sido cuidadosamente preparado para ti y ahora está listo para recibirte. No lo verás con los ojos del cuerpo. Sin embargo, ya dispones de todo cuanto puedas necesitar. Tu hogar te ha estado llamando desde los orígenes del tiempo y nunca has sido completamente sordo a su llamada. Oías, pero no sabías cómo mirar, ni hacia dónde. Pero ahora sabes. El conocimiento se encuentra en ti, presto a ser revelado y liberado de todo el terror que lo mantenía oculto. En el amor no hay cabida para el miedo. El himno de la Pascua es el grato estribillo que dice que al Hijo de Dios nunca se le crucificó. Alcemos juntos la mirada, no con miedo, sino con fe. Y no tendremos miedo, pues no veremos ninguna ilusión, sino una senda que conduce a las puertas del Cielo, el hogar que compartimos en un estado de quietud y donde moramos dulcemente y en paz como uno solo.
9. ¿No te gustaría que tu santo hermano te condujese hasta allí? Su inocencia alumbrará tu camino, ofreciéndote su luz guiadora y absoluta protección, y refulgiendo desde el santo altar en su interior donde tú depositaste las azucenas del perdón. Permite que sea él quien te salve de tus ilusiones, y contémplalo con la nueva visión que ve las azucenas y te brinda felicidad. Iremos más allá del velo del temor, alumbrándonos mutuamente el camino. La santidad que nos guía se encuentra dentro de nosotros, al igual que nuestro hogar. De este modo hallaremos lo que Aquel que nos guía dispuso que hallásemos.
10. Éste es el camino que conduce al Cielo y a la paz de la Pascua, donde nos unimos en gozosa conciencia de que el Hijo de Dios se ha liberado del pasado y ha despertado al presente. Ahora es libre, y su comunión con todo lo que se encuentra dentro de él es ilimitada. Ahora las azucenas de su inocencia no se ven mancilladas por la culpabilidad, pues están perfectamente resguardadas del frío estremecimiento del miedo, así como de la perniciosa influencia del pecado. Tu regalo lo ha salvado de las espinas y de los clavos, y su vigoroso brazo está ahora libre para conducirte a salvo a través de ellos hasta el otro lado. Camina con él ahora lleno de regocijo, pues el que te salva de las ilusiones ha venido a tu encuentro para llevarte consigo a casa.
11. He aquí tu salvador y amigo, a quien tu visión ha liberado de la crucifixión, libre ahora para conducirte allí donde él anhela estar. Él no te abandonará, ni dejará a su salvador a merced del dolor. Y gustosamente caminaréis juntos por la senda de la inocencia, cantando según contempláis las puertas del Cielo abiertas de par en par y reconocéis el hogar que os llamó. Concédele a tu hermano libertad y fortaleza para que pueda llegar hasta allí. Y ven ante su santo altar, donde la fortaleza y la libertad te aguardan para que ofrezcas y recibas la radiante conciencia que te conduce a tu hogar. La lámpara está encendida en ti para que le des luz a tu hermano. Y las mismas manos que se la dieron a tu hermano, te conducirán más allá del miedo al amor.