20-VI. El templo del Espíritu Santo
UN CURSO DE MILAGROS
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 20
LA VISIÓN DE LA SANTIDAD
1. El significado del Hijo de Dios reside exclusivamente en la relación que tiene con su Creador. Si residiese en cualquier otra cosa estaría basado en lo contingente, pero no hay nada más. Y este hecho es totalmente amoroso y eterno. El Hijo de Dios, no obstante, ha inventado una relación no santa entre él y su Padre. Su verdadera relación es una de perfecta unión e ininterrumpida continuidad. La relación que él inventó es parcial, egoísta, fragmentada y llena de temor. La que su Padre creó se abarca y se extiende totalmente a sí misma. La que él inventó es totalmente auto-destructiva y se limita a sí misma.
2. Nada puede mostrar mejor este contraste que la experiencia de ambas clases de relación, la santa y la no santa. La primera se basa en el amor, y descansa sobre él serena e imperturbada. El cuerpo no se inmiscuye en ella en absoluto. Ninguna relación de la que el cuerpo forma parte está basada en el amor, sino en la idolatría. El amor desea ser conocido, y completamente comprendido y compartido. No guarda secretos ni hay nada que desee mantener aparte y oculto. Camina en la luz, sereno y con los ojos abiertos, y acoge todo con una sonrisa en sus labios y con una sinceridad tan pura y tan obvia que no podría interpretarse erróneamente.
3. Mas los ídolos no comparten, Aceptan, pero lo que aceptan no es correspondido. Se les puede amar, pero ellos no pueden amar. No entienden lo que se les ofrece, y cualquier relación en la que entran a formar deja de tener significado. El amor que se les tiene ha hecho que el amor no tenga significado. Viven en secreto, detestando la luz del sol, felices, no obstante, en la penumbra del cuerpo, donde pueden ocultarse y mantener sus secretos ocultos junto con ellos mismos. y no tienen relaciones, pues allí no se le da la bienvenida a nadie. No le sonríen a nadie, ni ven a los que les sonríen a ellos.
4. El amor no tiene templos sombríos donde mantener misterios en la obscuridad, ocultos de la luz del Sol. No va en busca de poder, sino de relaciones. El cuerpo es el arma predilecta del ego para obtener poder mediante las relaciones que entabla. Y sus relaciones sólo pueden ser profanas, pues lo que verdaderamente son, él ni siquiera lo ve. Las desea exclusivamente como ofrendas con las que sus ídolos medran. Todo lo demás simplemente lo desecha, pues lo que ello podría ofrecerle él no le otorga ningún valor. Al estar desamparado, el ego trata de acumular tantos cuerpos como pueda para que sirvan de altares para sus ídolos y así convertirlos en templos consagrados a sí mismo.
5. Él templo del Espíritu Santo no es un cuerpo, sino una relación. El cuerpo es una aislada mota de obscuridad; una alcoba secreta y oculta, una diminuta mancha de misterio que no tiene sentido, un recinto celosamente protegido, pero que aún así no oculta nada. Aquí es donde la relación no santa se escapa de la realidad, y donde va en busca de migajas para sobrevivir. Ahí quiere arrastrar a sus hermanos, a fin de mantenerlos atrapados en la idolatría. Ahí se siente a salvo, pues el amor no puede entrar. El Espíritu Santo no edifica Sus templos allí donde el amor jamás podría estar. ¿Escogería Aquel que ve la faz de Cristo como Su hogar el único lugar en el universo donde ésta no se puede ver?
6. Tú no puedes hacer del cuerpo el templo del Espíritu Santo, y el cuerpo nunca podrá ser la sede del amor. Es la morada del idólatra, y de lo que condena al amor. Pues ahí el amor se vuelve algo temible y se pierde toda esperanza. Aun los ídolos que ahí son adorados están revestidos de misterio y se les mantiene aparte de aquellos que les rinden culto. Éste es el templo consagrado a la negación de las relaciones y de la reciprocidad. Ahí se percibe con asombro el "misterio" de la separación y se le contempla con reverencia. Lo que Dios no dispuso que fuese se mantiene ahí "a salvo" de Él. Pero de lo que no te das cuenta es de que aquello que temes en tu hermano y te niegas a ver en él, es lo que hace que Dios te parezca temible y que no lo conozcas.
7. Los idólatras siempre tendrán miedo del amor, pues nada los amenaza tanto como su proximidad. Deja que el amor se les acerque y pase por alto el cuerpo, como sin duda hará, y corren despavoridos, sintiendo como empiezan a estremecerse y a tambalearse los cimientos aparentemente sólidos de su templo. Hermano, tú tiemblas con ellos. Sin embargo, de lo que tienes miedo es del heraldo de la libertad. Ese lugar de sombras no es tu hogar. Tu templo no está en peligro. Ya no eres un idólatra. El propósito del Espíritu Santo está a salvo en tu relación y no en tu cuerpo. Te has escapado del cuerpo. El cuerpo no puede entrar allí donde tú estás, pues ahí es donde el Espíritu Santo ha establecido Su templo.
8. Las relaciones no admiten grados. O son o no son. Una relación no santa no es una relación. Es un estado de aislamiento que aparenta ser lo que no es. Eso es todo. En el instante en que la idea descabellada de hacer que tu relación con Dios fuese profana pareció posible, todas tus relaciones dejaron de tener significado. En ese instante profano nació el tiempo, y se concibieron los cuerpos para albergar esa idea descabellada y conferirle la ilusión de realidad. Y así, pareció tener un hogar que duraba por un cierto periodo de tiempo, para luego desaparecer del todo. Pues ¿qué otra cosa sino un fugaz instante podría dar albergue a esa loca idea que se opone a la realidad?
9. Los ídolos desaparecerán y no dejarán rastro alguno con su partida. El instante profano de su aparente poder es tan frágil como un copo de nieve, pero sin su belleza. ¿Es éste el substituto que deseas en lugar de la eterna bendición del instante santo y su ilimitada beneficencia? ¿Es la malevolencia de la relación no santa, tan aparentemente poderosa, tan mal comprendida y tan revestida de una falsa atracción lo que prefieres en lugar del instante santo, que te ofrece entendimiento y paz? Deja a un lado el cuerpo entonces, y elevándote al encuentro de lo que realmente deseas, transciéndelo serenamente. Y desde Su templo santo, no mires atrás a aquello de lo que has despertado. Pues no hay ilusiones que puedan resultarle atractivas a la mente que las ha transcendido y dejado atrás.
10. La relación santa refleja la verdadera relación que el Hijo de Dios tiene con su Padre en la realidad. El Espíritu Santo mora dentro de ella con la certeza de que es eterna. Sus firmes cimientos están eternamente sostenidos por la verdad, y el amor brilla sobre ella con la dulce sonrisa y tierna bendición que le ofrece a lo que es suyo. Aquí el instante no santo se intercambio gustosamente por uno santo y de absoluta reciprocidad. He aquí tiernamente despejado el camino que conduce a las verdaderas relaciones, por el que tú y tu hermano camináis juntos dejando atrás el cuerpo felizmente para descansar en los Eternos Brazos de Dios. Los Brazos del Amor están abiertos para recibirte y brindarte paz eterna.
11. Él cuerpo es el ídolo del ego, la creencia en el pecado hecha carne y luego proyectada afuera. Esto produce lo que parece ser una muralla de carne alrededor de la mente, que la mantiene prisionera en un diminuto confín de espacio y tiempo hasta que llegue la muerte, y disponiendo de un solo instante en el que suspirar, sufrir y morir en honor de su amo. Y este instante no santo es lo que parece ser la vida: un instante de desesperación, un pequeño islote de arena seca, desprovisto de agua y sepultado en el olvido. Aquí se detiene brevemente el Hijo de Dios para hacer su ofrenda a los ídolos de la muerte y luego fallecer. Sin embargo, aquí está más muerto que vivo. No obstante, es aquí también donde vuelve a elegir entre la idolatría y el amor. Aquí se le da a escoger entre pasar dicho instante rindiéndole culto al cuerpo, o permitir que se le libere de él. Aquí puede aceptar el instante santo que se le ofrece como substituto del instante no santo que antes había elegido. Y aquí puede finalmente darse cuenta de que las relaciones son su salvación y no su ruina.
12. Tú que estás aprendiendo esto puede que aún tengas miedo, pero no estás inmovilizado. El instante santo tiene ahora para ti mucho más valor que su aparente contrapartida, y te has dado cuenta de que realmente sólo deseas uno de ellos. Este no es un periodo de tristeza. Tal vez de confusión, pero no de desaliento. Tienes una verdadera relación, la cual tiene significado. Es tan similar a tu verdadera relación con Dios, como lo son entre sí todas las cosas que gozan de igualdad. La idolatría pertenece al pasado y no tiene significado. Quizá aún le tienes un poco de miedo a tu hermano; quizá te acompaña todavía una sombra del temor a Dios. Mas ¿qué importancia tiene eso para aquellos a quienes se les ha concedido tener una verdadera relación que transciende el cuerpo? ¿Y se les podría privar por mucho más tiempo de contemplar la faz de Cristo? ¿Y podrían ellos seguir privándose a sí mismos por mucho más tiempo del recuerdo de la relación que tienen con su Padre y mantener la memoria de Su Amor fuera de su conciencia?