21-III. Fe, creencia y visión
UN CURSO DE MILAGROS
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 21
RAZÓN Y PERCEPCIÓN
1. Todas las relaciones especiales tienen como meta el pecado, pues son tratos que se hacen con la realidad, a la que la aparente unión se adapta. No te olvides de esto: hacer tratos es fijar límites, y no podrás sino odiar a cualquier hermano con el que tengas una relación parcial. Quizá trates de respetar el trato en nombre de lo que es "justo", exigiendo a veces ser tú el que pague, aunque lo más frecuente es que se lo exijas al otro. Al hacer lo que es "justo", pues, tratas de mitigar la culpabilidad que emana del propósito que aceptaste para la relación. Y por eso el Espíritu Santo tiene que cambiar su propósito para que sea de utilidad para Él e inofensiva para ti.
2. Si aceptas este cambio, habrás aceptado la idea de hacerle sitio a la verdad. La fuente del pecado habrá desaparecido. Tal vez te imagines que todavía experimentas sus efectos, pero el pecado ha dejado de ser tu propósito y ya no lo quieres más. Nadie permite que su propósito sea reemplazado mientras todavía lo siga deseando, pues nada se quiere y se protege más que un objetivo que la mente haya aceptado. Lo perseguirá, sombría o felizmente, pero siempre con fe y con la perseverancia que la fe inevitablemente trae consigo. El poder de la fe jamás se puede reconocer si se deposita en el pecado. Pero siempre se reconoce si se deposita en el amor.
3. ¿Por qué te resulta tan extraño que la fe pueda mover montañas? En realidad, ésa es una hazaña insignificante para semejante poder. Pues la fe puede mantener al Hijo de Dios encadenado mientras él crea que lo está. Mas cuando se libre de las cadenas será simplemente porque habrá dejado de creer en ellas, al retirar su fe de la idea de que lo podían aprisionar, y depositarla en cambio en su libertad. Es imposible tener fe en dos orientaciones opuestas. La fe que depositas en el pecado se la quitas a la santidad. Y lo que le ofreces a la santidad se lo has quitado al pecado.
4. La fe, la creencia y la visión son los medios por los que se alcanza el objetivo de la santidad. A través de ellos el Espíritu Santo te conduce al mundo real, alejándote de todas las ilusiones en las que habías depositado tu fe. Ése es su rumbo, el único que Él jamás ve. Y cuando te desvías, Él te recuerda que no hay ningún otro. Su fe, Su creencia y Su visión son para ti. Y cuando las hayas aceptado completamente en lugar de las tuyas, ya no tendrás necesidad de ellas. Pues la fe, la creencia y la visión únicamente tienen sentido antes de que se alcanza la certeza. En el Cielo son desconocidas. El Cielo, no obstante, se alcanza a través de ellas.
5. No es posible que al Hijo de Dios le falte fe, pero si puede elegir dónde desea depositarla. La falta de fe no es realmente falta de fe, sino fe que se ha depositado en lo que no es nada. La fe que se deposita en las ilusiones no carece de poder, pues debido a ello el Hijo de Dios cree ser impotente. De ese modo, no se es fiel a sí mismo, pero sí tiene gran fe en las ilusiones que abriga acerca de sí mismo. Pues tú inventaste la fe, la percepción y la creencia a fin de perder la certeza y encontrar el pecado. Este rumbo demente fue tu propia elección, y al depositar tu fe en lo que habías elegido, fabricaste lo que deseabas.
6. El Espíritu Santo puede valerse de todos los medios que tú has empleado para ir en pos del pecado. Pero tal como Él se vale de ellos te alejan del pecado, porque Su propósito apunta en dirección contraria. El ve los medios que empleas, pero no el propósito para el que los inventaste. Su intención no es quitártelos, pues reconoce su valor y los ve como un medio de alcanzar lo que Él dispone para ti. Inventaste la percepción a fin de poder elegir entre tus hermanos e ir en busca del pecado con ellos. El Espíritu Santo ve la percepción como un medio de enseñarte que la visión de la relación santa es lo único que deseas ver. Pues entonces depositarás toda tu fe en la santidad, al desearla y creer en ella por razón de tu deseo.
7. La fe y la creencia se unen a la visión, ya que todos los medios que una vez sirvieron para los fines del pecado se canalizan ahora hacia la santidad. Pues a lo que tú llamas pecado, no es mas que una limitación, y odias a todo aquel que tratas de reducir a un cuerpo porque le temes. Al negarte a perdonarlo, lo condenas al cuerpo porque tienes en gran estima los medios del pecado. Y así, depositas toda tu fe y creencia en el cuerpo. Pero la santidad quiere liberar a tu hermano, y eliminar el odio eliminando el miedo, no en el nivel de los síntomas, sino de raíz.
8. Aquellos que quieren liberar a sus hermanos del cuerpo no tienen miedo. Pues han renunciado a los medios del pecado al elegir que se eliminen todas sus limitaciones. Puesto que desean ver a sus hermanos bajo el manto de la santidad, el poder de su creencia y de su fe ve más allá del cuerpo, facilitando la visión, no obstruyéndola. Pero antes de eso decidieron reconocer lo mucho que su fe había limitado su entendimiento del mundo, y desearon depositarla en otro lugar en caso de que se les ofreciese otro punto de vista. Los milagros que siguen a esta decisión nacen también de la fe. Pues a todos aquellos que eligen apartar su mirada del pecado se les concede la visión y se les conduce a la santidad.
9. Aquellos que creen en el pecado deben pensar que el Espíritu Santo exige sacrificios, pues creen que ésa es la manera de alcanzar su objetivo. Hermano, el Espíritu Santo sabe que el sacrificio no aporta nada. Él no hace tratos. Y si intentas imponerle limites, lo odiarás porque tendrás miedo de Él. El regalo que Él te ha hecho es mucho más valioso que cualquier otra cosa a este lado del Cielo. El momento en que esto se ha de reconocer está al llegar. Une tu conciencia a lo que ya está unido. La fe que depositas en tu hermano puede lograrlo, pues Aquel que ama el mundo lo está viendo por ti, sin ninguna mancha de pecado sobre él y envuelto en una inocencia tal que contemplarlo es contemplar la belleza del Cielo.
10. Tu fe en el sacrificio ha hecho que éste tenga gran poder ante tus ojos, salvo que no te das cuenta de que no puedes ver debido a él. Pues sólo se le puede exigir sacrificio al cuerpo, y sólo otro cuerpo podría exigirlo. La mente, de por sí, no podría ni exigirlo ni recibirlo. El cuerpo tampoco. La intención está en la mente, que trata de valerse del cuerpo para poner en práctica los medios del pecado en los que ella cree. Y así, los que valoran el pecado no pueden sino creer que la mente y el cuerpo están unidos. Y de este modo, el sacrificio es, invariablemente, un medio para imponer limites, y, por consiguiente, para odiar.
11. ¿Crees acaso que al Espíritu Santo le preocupa eso? Él no te da aquello de lo que, de acuerdo con Su propósito, te quiere apartar. Tú crees que Él te quiere privar de algo por tu propio bien. Pero los términos "bien" y "privación" son opuestos, y no pueden reconciliarse de ninguna forma que tenga significado. Es como decir que la luna y el sol son una misma cosa porque vienen de noche y de día respectivamente, y que, por lo tanto, no pueden sino formar una unidad. Mas ver uno de ellos significa que el otro ya no se puede ver. Tampoco es posible que lo que irradia luz sea lo mismo que lo que depende de la obscuridad para poder ser visto. Ninguno de ellos exige el sacrificio del otro. Cada uno de ellos, no obstante, depende de la ausencia del otro.
12. El cuerpo se concibió para que sirviese de sacrificio al pecado, y así es como aún se le considera en las tinieblas. A la luz de la visión, no obstante, se le considera de manera muy distinta. Puedes confiar en que servirá fielmente al propósito del Espíritu Santo, y puedes conferirle poder para que se vuelva un instrumento de ayuda a fin de que los ciegos puedan ver. Mas cuando ellos vean, mirarán más allá de él, al igual que tú. A la fe y a la creencia que depositaste en el cuerpo les corresponde estar más allá de él. Transferiste tu percepción, tu creencia y tu fe de la mente al cuerpo. Deja que éstas les sean devueltas ahora a aquello que las produjo y que todavía puede valerse de ellas para salvarse de lo que inventó.