27-VI. Los testigos del pecado

UN CURSO DE MILAGROS
CAPÍTULO 27
LA CURACIÓN DEL SUEÑO




1. El dolor demuestra que el cuerpo no puede sino ser real. Es una voz estridente y ensordecedora, cuyos alaridos tratan de ahogar lo que el Espíritu Santo dice e impedir que Sus palabras lleguen hasta tu conciencia. El dolor exige atención, quitándosela así al Espíritu Santo y centrándola en sí mismo. Su propósito es el mismo que el del placer, pues ambos son medios de otorgar realidad al cuerpo. Lo que comparte un mismo propósito es lo mismo. Esto es lo que estipula la ley que rige todo propósito, el cual une dentro de sí a todos aquellos que lo comparten. El placer y el dolor son igualmente ilusorios, ya que su propósito es inalcanzable. Por lo tanto, son medios que no llevan ninguna parte, pues su objetivo no tiene sentido. Y comparten la falta de sentido de que adolece su propósito.

2. El pecado oscila entre el dolor y el placer, y de nuevo al dolor. Pues cualquiera de esos testigos es el mismo, y sólo tienen un mensaje: "Te encuentras dentro de este cuerpo, y se te puede hacer daño. También puedes tener placer, pero el costo de éste es el dolor". A estos testigos se unen muchos más. Cada uno de ellos parece diferente porque tiene un nombre distinto, y así, parece responder a un sonido diferente. A excepción de esto, los testigos del pecado son todos iguales. Llámale dolor al placer, y dolerá. Llámale placer al dolor, y no sentirás el dolor que se oculta tras el placer. Los testigos del pecado no hacen sino cambiar de un término a otro, según uno de ellos ocupa el primer plano y el otro retrocede al segundo. Es irrelevante, no obstante, cuál de ellos tenga primacía en cualquier momento dado. Los testigos del pecado sólo oyen la llamada de la muerte.

3. El cuerpo, que de por sí carece de propósito, contiene todas tus memorias y esperanzas. Te vales de sus ojos para ver y de sus oídos para oír, y dejas que te diga lo que siente. Mas él no lo sabe. Cuando invocas los testigos de su realidad, te repiten únicamente los términos que les proporcionaste para que él los usara. No puedes elegir cuál de entre ellos es real, pues cualquiera que elijas es igual que los demás. Lo único que puedes hacer es decidir llamarlo por un nombre o por otro, pero eso es todo. No puedes hacer que un testigo sea verdadero sólo porque lo llames con el nombre de la verdad. La verdad se encuentra en él si lo que representa es la verdad. De lo contrario, miente, aunque lo invoques con el santo Nombre de Dios Mismo.

4. El Testigo de Dios no ve testigos contra el cuerpo. Tampoco presta atención a los testigos que con otros nombres hablan de manera diferente en favor de la realidad del cuerpo. Él sabe que no es real. Pues nada podría contener lo que tú crees que el cuerpo contiene dentro de sí. El cuerpo no puede decirle a una parte de Dios cómo debe sentirse o cuál es su función. El Espíritu Santo, sin embargo, no puede sino amar aquello que tú tienes en gran estima. Y por cada testigo de la muerte del cuerpo, Él te envía un testigo de la vida que tienes en Aquel que no conoce la muerte. Cada milagro que Él trae es un testigo de la irrealidad del cuerpo. Él cura a éste de sus dolores y placeres por igual, pues todos los testigos del pecado son reemplazados por los Suyos.

5. El milagro no hace distinciones entre los nombres con los que se convocan a los testigos del pecado. Demuestra simplemente que lo que ellos representan no tiene efectos. Y puede demostrar esto porque sus propios efectos han venido a substituirlos. Sea cual sea el término que hayas utilizado para referirte a tu sufrimiento, éste ya no existe. Aquel que es portador del milagro percibe que todos ellos son uno y lo mismo, y los llama miedo. De la misma manera en que el miedo es el testigo de la muerte, el milagro es el testigo de la vida. Es un testigo que nadie puede refutar, pues los efectos que trae consigo son los de la vida. Gracias a él los moribundos se recuperan, los muertos resucitan y todo dolor desaparece. Un milagro, no obstante, no habla en nombre propio, sino sólo en nombre de lo que representa.

6. El amor, asimismo, tiene símbolos en el mundo del pecado. El milagro perdona porque representa lo que yace más allá del perdón, lo cual es verdad. ¡Cuán absurdo y demente es pensar que un milagro pueda estar limitado por las mismas leyes que vino exclusivamente a abolir! Las leyes del pecado tienen diferentes testigos, y cada uno de ellos tiene diferentes puntos fuertes. Y estos testigos dan testimonio de diferentes clases de sufrimiento. No obstante, para Aquel que envía los milagros a fin de bendecir el mundo, una leve punzada de dolor, un pequeño placer mundano o la agonía de la muerte, no son sino el mismo estribillo: una petición de curación, una llamada de socorro en un mundo de sufrimiento. De esa similitud es de lo que el milagro da testimonio. Esta similitud es lo que prueba. Las leyes que consideraban que todas esas cosas eran diferentes, son abolidas, lo cual demuestra su impotencia. El propósito del milagro es lograr esto. Y Dios Mismo ha garantizado el poder de los milagros por razón de lo que atestiguan.

7. Sé, pues, un testigo del milagro, y no de las leyes del pecado. No hay necesidad de que sigas sufriendo. Pero sí de que sanes, ya que el sufrimiento y la angustia del mundo han hecho que éste sea sordo a su propia necesidad de salvación y liberación.

8. La resurrección del mundo aguarda hasta que sanes y seas feliz, para que puedas demostrar que el mundo ha sanado. El instante santo substituirá todo pecado sólo con que lleves sus efectos contigo. Y nadie elegirá sufrir más. ¿Qué mejor función que ésta podrías servir? Sana para que así puedas sanar, y evítate el sufrimiento que conllevan las leyes del pecado. Y la verdad te será revelada, por haber elegido que los símbolos del amor ocupen el lugar del pecado.









Texto de Un Curso de Milagros