Mirando al mundo


Puedes mirar al mundo con los ojos del ego o con los ojos del Espíritu Santo. No hay otra manera de mirarlo.

Hay dos miradas distintas que tienes que aprender a distinguir en ti, una es la mirada del Amor y la otra es la mirada del miedo, la primera sólo escucha la Voz que habla por Dios, la segunda sólo escucha al ego. Así pues, un mismo escenario, por ejemplo la antesala de un hospital, puede ser quizás, algo terrible o un lugar pleno de Luz, pleno de Amor. Tu mirada es más poderosa de lo que te puedas llegar a imaginar, de ti depende que haya Luz u obscuridad.

No se trata de negar lo que ves sino de ir más allá de la forma teniendo presente el contenido. Ver de esa manera es pensar milagrosamente, es estar dispuesto a ver milagros, ver luz allá donde antes había obscuridad.

Con el ego te quedas en la forma, por eso juzgas, comparas, atacas, niegas, etc, por eso encuentras situaciones terribles u otras agradables, todas son juicios acerca de lo que ves. Con el Espíritu Santo ves siempre al Cristo en todos y lo amas.

El ego no puede ver belleza sin juzgar, no puede ver dolor sin juzgar, no puede ver sufrimiento sin juzgar... porque sólo vé la forma, lo externo. El Espíritu Santo sólo ve el contenido, sólo vé Amor, Luz. Sabe que la forma es sólo eso, una forma, una envoltura y que la belleza está siempre ahí.

La Voz que habla por Dios nos dice de todos y de cada uno: este es mi Hijo bienamado.

Si ves dolor, pobreza, muerte, desengaños, traiciones, suciedad etc etc y te afecta de alguna manera, sabes que estás escuchando al anfitrión equivocado. Si eliges ver el mundo con los ojos del Espíritu Santo verás siempre lo mismo, al Hijo bienamado de Dios, verás Su Luz en todos y nada te afectará.

Cada persona adopta un papel, como un actor, pero este papel lo ha adoptado tan bien que ha olvidado que sólo es un papel y que no es ese papel.  Al reconocer a cada persona por encima de la forma, al ver en primer lugar el contenido y no la forma, estás recordándole con tus actos y no con tus palabras que no es ese papel y así cada persona que es mirada de esta manera recordará su Luz por encima de la obscuridad. No tienes que hacer nada más. Déjate guiar por el Espíritu Santo, Él se encargará de todos los detalles. No tienes que convencer a nadie de nada, no tienes que decidir nada por tu cuenta, déjalo todo en Sus manos y confía en que Él sabe.

Cada vez que reconoces al hijo de Dios en tu hermano estás reconociendo al Hijo de Dios en tí. 

Cada vez que reconoces al Hijo de Dios en tu hermano lo ayudas a llevar el recuerdo de su verdadero Ser a su corazón... y al tuyo.
Hoy aprendo la ley del amor: que lo que le doy a mi hermano es el regalo que me hago a mí mismo. *
 







Texto de Un Curso de Milagros