21. ¿Qué papel juegan las palabras en el proceso de curación?
1. Estrictamente hablando, las palabras no juegan ningún papel en el proceso de curación. El factor motivante es la oración o petición. Recibes lo que pides. Pero esto se refiere a la oración del corazón, no a las palabras que usas al orar. A veces las palabras y la oración se contradicen entre sí; otras veces coinciden. Eso no importa. Dios no entiende de palabras, pues fueron hechas por mentes separadas para mantenerlas en la ilusión de la separación. Las palabras pueden ser útiles, especialmente para el principiante, ya que lo ayudan a concentrarse y a facilitar la exclusión, o al menos el control, de los pensamientos foráneos. No olvidemos, no obstante, que las palabras no son más que símbolos de símbolos. Por lo tanto, están doblemente alejadas de la realidad.
2. En cuanto que símbolos, las palabras tienen connotaciones muy específicas. Aun en el caso de las que parecen ser más abstractas, la imagen que evocan en la mente tiende a ser muy concreta. A menos que una palabra suscite en la mente una imagen concreta en relación con dicha palabra, ésta tendrá muy poco o ningún significado práctico, y, por lo tanto, no supondrá ninguna ayuda en el proceso de curación. La oración del corazón no pide realmente cosas concretas. Lo que pide es siempre alguna clase de experiencia, y las cosas que específicamente pide son las portadoras de la experiencia deseada en opinión del peticionario. Las palabras, por consiguiente, son símbolos de las cosas que se piden, pero las cosas en sí no son sino la representación de las experiencias que se anhelan.
3. La oración que pide cosas de este mundo dará lugar a experiencias de este mundo. Si la oración del corazón pide eso, eso es lo que se le dará porque eso es lo que recibirá. Es imposible entonces que en la percepción del que pide, la oración del corazón no reciba respuesta. Si pide lo imposible, si desea lo que no existe o si lo que busca en su corazón son ilusiones, eso es lo que tendrá. El poder de su decisión se lo ofrece tal como él lo pide. En esto estriba el Cielo o el infierno. Al Hijo durmiente de Dios sólo le queda este poder. Pero es suficiente. Las palabras que emplea son irrelevantes. Sólo la Palabra de Dios tiene sentido, ya que simboliza aquello que no corresponde a ningún símbolo humano. Sólo el Espíritu Santo comprende lo que esa Palabra representa. Y eso, también, es suficiente.
4. ¿Debe evitar, entonces, el maestro de Dios el uso de las palabras cuando enseña? ¡Por supuesto que no! Son muchos a los que aún es necesario acercarse por medio de las palabras, ya que todavía son incapaces de oír en silencio. No obstante, el maestro de Dios debe aprender a utilizar las palabras de otra manera. Poco a poco aprenderá a dejar que las palabras le sean inspiradas, a medida que deje de decidir por sí mismo lo que tiene que decir. Este proceso no es más que un caso especial de la lección del libro de ejercicios que reza: "Me haré a un lado y dejaré que Él me muestre el camino". El maestro de Dios acepta las palabras que se le ofrecen y las expresa tal como las recibe. No controla lo que dice. Simplemente escucha, oye y habla.
5. Uno de los mayores obstáculos con los que el maestro de Dios se topa en esta fase de su aprendizaje, es su temor con respecto a la validez de lo que oye. Y en efecto, lo que oye puede ser muy sorprendente. Puede que también le parezca que no tiene nada que ver con el problema en cuestión tal como él lo percibe, y puede incluso poner al maestro en una situación que a él le puede parecer muy embarazosa. Todas estas cosas no son más que juicios sin ningún valor. Son sus propios juicios, procedentes de una penosa percepción de sí mismo que le convendría abandonar. No juzgues las palabras que te vengan a la mente, sino que, por el contrario, ofrécelas lleno de confianza. Son mucho más sabias que las tuyas. Detrás de los símbolos que usan los maestros de Dios se encuentra la Palabra de Dios. Y Él Mismo imbuye las palabras que ellos usan con el poder de Su Espíritu, y las eleva de meros símbolos a la Llamada del Cielo en sí.
2. En cuanto que símbolos, las palabras tienen connotaciones muy específicas. Aun en el caso de las que parecen ser más abstractas, la imagen que evocan en la mente tiende a ser muy concreta. A menos que una palabra suscite en la mente una imagen concreta en relación con dicha palabra, ésta tendrá muy poco o ningún significado práctico, y, por lo tanto, no supondrá ninguna ayuda en el proceso de curación. La oración del corazón no pide realmente cosas concretas. Lo que pide es siempre alguna clase de experiencia, y las cosas que específicamente pide son las portadoras de la experiencia deseada en opinión del peticionario. Las palabras, por consiguiente, son símbolos de las cosas que se piden, pero las cosas en sí no son sino la representación de las experiencias que se anhelan.
3. La oración que pide cosas de este mundo dará lugar a experiencias de este mundo. Si la oración del corazón pide eso, eso es lo que se le dará porque eso es lo que recibirá. Es imposible entonces que en la percepción del que pide, la oración del corazón no reciba respuesta. Si pide lo imposible, si desea lo que no existe o si lo que busca en su corazón son ilusiones, eso es lo que tendrá. El poder de su decisión se lo ofrece tal como él lo pide. En esto estriba el Cielo o el infierno. Al Hijo durmiente de Dios sólo le queda este poder. Pero es suficiente. Las palabras que emplea son irrelevantes. Sólo la Palabra de Dios tiene sentido, ya que simboliza aquello que no corresponde a ningún símbolo humano. Sólo el Espíritu Santo comprende lo que esa Palabra representa. Y eso, también, es suficiente.
4. ¿Debe evitar, entonces, el maestro de Dios el uso de las palabras cuando enseña? ¡Por supuesto que no! Son muchos a los que aún es necesario acercarse por medio de las palabras, ya que todavía son incapaces de oír en silencio. No obstante, el maestro de Dios debe aprender a utilizar las palabras de otra manera. Poco a poco aprenderá a dejar que las palabras le sean inspiradas, a medida que deje de decidir por sí mismo lo que tiene que decir. Este proceso no es más que un caso especial de la lección del libro de ejercicios que reza: "Me haré a un lado y dejaré que Él me muestre el camino". El maestro de Dios acepta las palabras que se le ofrecen y las expresa tal como las recibe. No controla lo que dice. Simplemente escucha, oye y habla.
5. Uno de los mayores obstáculos con los que el maestro de Dios se topa en esta fase de su aprendizaje, es su temor con respecto a la validez de lo que oye. Y en efecto, lo que oye puede ser muy sorprendente. Puede que también le parezca que no tiene nada que ver con el problema en cuestión tal como él lo percibe, y puede incluso poner al maestro en una situación que a él le puede parecer muy embarazosa. Todas estas cosas no son más que juicios sin ningún valor. Son sus propios juicios, procedentes de una penosa percepción de sí mismo que le convendría abandonar. No juzgues las palabras que te vengan a la mente, sino que, por el contrario, ofrécelas lleno de confianza. Son mucho más sabias que las tuyas. Detrás de los símbolos que usan los maestros de Dios se encuentra la Palabra de Dios. Y Él Mismo imbuye las palabras que ellos usan con el poder de Su Espíritu, y las eleva de meros símbolos a la Llamada del Cielo en sí.